Vos trabajás mientras una IA escribe poesía: la tecnología y el mundo laboral
Leé hasta el final para conmoverte con una manifestante colombiana generada por IA
Mi vieja me contó que cuando yo era chico ante la pregunta “qué querés ser de grande” hubo una vez que contesté “ñoqui1”, con la completa inocencia de un nene que lo que busca es llevar al máximo su tiempo de ocio y disfrute.
Si algo están dejando en claro ChatGPT, Bard (la versión de Google que ya está disponible en Argenina), y la consecuente implementación de grandes modelos de lenguaje (LLM) como estos en ámbitos productivos a mediana y gran escala, es que se está por venir un cimbronazo muy fuerte en uno de los cimientos mismos que sostiene el sistema tal y como está ahora.
La tecnología me vuela la cabeza. Y hoy más que nunca, creo en su potencial para cambiar de raíz la forma en la que nuestra sociedad está estructurada.
Y en esa volteada, lo que puede caer también es el concepto mismo de trabajo.
¿Quién agarra la pala?
Ya hablé en el podcast de los luditas: un movimiento surgido a principios del siglo XIX, que consideraba que las máquinas venían a reemplazar a la humanidad como trabajadores. Al ver que los puestos de trabajo corrían peligro porque ciertas tareas manuales ya pasaban a ser automatizadas, estas personas salieron a recorrer las calles buscando los telares industriales para destruirlos, y así poder preservarse.
Hoy, unos 200 años después, creo que podemos terminar de darle una vuelta de tuerca a esa idea, planteando una pregunta tan inocente como peligrosa para este sistema:
¿Cómo compramos la idea de que si no trabajamos no somos merecedores de vivir? ¿Cómo nos vendieron la idea de que el trabajo dignifica?
Esta es una idea que eriza los pelos de muchas personas, desde las más inclinadas a la izquierda hasta las más recalcitrantemente de derecha.
Me encanta mi trabajo. Pero odio trabajar.
¿Cómo se explica? Fácil: lo que odio no es lo que hago (ni muchísimo menos los genios con quiénes lo hago ♥), sino el tener que hacerlo. Es la perspectiva de la obligación casi filosófica de tener que hacer algo para sobrevivir, para que un sistema me considere “digno de estar vivo”.
Y ahora preparate que lo que se viene un posteo con altos contenidos de #FSOC2 en tinta electrónica.
En su libro El Derecho a la Pereza, el autor Paul Lafargue plantea un punto que considero más certero hoy que cuando escribió el libro, hace 140 años:
En un sistema capitalista, la tecnología puede garantizar el paro y la miseria. Pero en un sistema revolucionario, sería el instrumento básico para trabajar lo menos posible y disfrutar intelectual y físicamente lo más posible.
Creo que la mejor forma de ver esta relación perversa que hemos desarrollado/nos han impuesto entre la tecnología y nuestro propio trabajo es con tres fenómenos que se dieron en estos últimos tres años. Me refiero a…
El retorno a la oficina: del zoom al subte
¿Te acordás cuando en pandemia se decía “de esta vamos a salir mejores”? ¿Cuánta inocencia, no?
Empresas como Amazon, Meta, Disney, Twitter, Apple —y la lista podría seguir un rato largo— que durante las distintas cuarentenas se jactaron de ser “una familia para los trabajadores” y habilitaron el home office para no perder productividad, ahora están pegando un tremendo volantazo dictaminando un regreso obligatorio a la oficina.
Para pintar el panorama con otros matices, Casey Newton —director / creador de Platformer— relevó un buen indicador de la confianza de los inversores y ⛈ los mercados ⛈ en la productividad a distancia: el precio de la acción de Zoom, la popular plataforma de teleconferencias. ¿Cómo fue? Mientras que en octubre de 2020 llegó a 559 dólares, hoy se desplomó a 67,83, apenas más de un 10% del valor de su pico.
Los argumentos son de lo más variopintos: que el fit cultural de la empresa, que la identidad y la camiseta, que “no es lo mismo trabajar así porque no te conocés con tus compañeros”, que “no fluye la espontaneidad”, y un montón de sarasa más. Ojo, no quiero decir que algo de eso no sea así, pero el punto al que voy es que no es tan lineal la cosa.
Varias cosas son ciertas a la vez: que a más de unx se le complica trabajar en la casa y prefiere tener un lugar de pertenencia es tan cierto como que más de unx considera una absoluta pérdida de tiempo viajar por horas en condiciones de porquería para encima estar en un lugar con distracciones constantes.
Más allá de todo, el punto que quiero resaltar acá es que mientras fue necesario para que la rueda no se detuviera, toda la masa de trabajadores fue considerada “lo suficientemente adulta y responsable” como para poder trabajar desde donde quisiera gracias al uso de una tecnología que no sólo no se fue a ningún lado sino que anda cada vez mejor.
Pero de repente, ni bien se levantaron las restricciones —y con un timing cuanto menos conveniente, dado el contexto de despidos masivos en el rubro de tecnología—, las mismas empresas que un año atrás se desvivían por mostrarse como las más copadas del mundo pasaron a indicarle a su personal dónde estaba la salida en caso de que no tuvieran ganas de readaptarse a condiciones de trabajo que, en muchos casos, iban en contra de lo arreglado.
Padres y madres que dejaron de tener con quién dejar a sus hijxs y tienen que hacer malabares en el hogar (adiviná si impacta más en hombres o en mujeres),
Personas con trastornos de ansiedad social —en buena medida exacerbada por la situación de pandemia y encierro— que empezó a ser forzada a tener otra vinculación con su trabajo,
Gente que tuvo que resignar estudios y una muy buena cantidad de tiempo libre, etc.
A lxs trabajadorxs se les negó directamente la posibilidad de elegir; se les quitó “una victoria” en una decisión que en muchos casos, fue hasta en contra de métricas de productividad. ¿Todo por qué? ¡Porque esas oficinas no se van a llenar solas!
El metaverso al final era una sala de reuniones
Nunca entendí la obsesión por el metaverso.
Desde el anuncio de Marquitos Z —cuya obsesión llega a punto tal que literalmente le cambió el nombre a la compañía que lo convirtió en trillonario para darle tracción a esta idea—, en lo personal no puedo dejar de asociarlo con un delirio de magnates que buscan tapar el sol con las manos, o en todo caso, la crisis sistémica con un headset de realidad virtual.
Pero más allá del metaverso como producto y yendo a la tecnología de realidad virtual en sí, una vez que pasó el hype desaforado de hace unos meses, no deja de sorprenderme el grado de obsesión de las grandes empresas de tecnología por posicionarla con un uso eminentemente laboral/productivo.
No sé quiénes tuvieron la oportunidad de usar uno de estos dispositivos (yo sí, usé el Oculus Quest de unos amigos), pero puedo afirmar sin dudas que si algo quiero hacer con eso es sumergirme en mundos imaginarios y sentir que estoy ahí, y no tener reuniones alrededor de una mesa mal renderizada con torsos de avatares medio deformes.
La noticia es que el lunes empieza la Apple’s Worldwide Developer Conference, donde todo indica que van a presentar un dispositivo llamado Reality Pro, con un precio tentativo de US$ 3000 (leíste bien, tres mil dólares), para el cual confiesan que todavía “no le encontraron una app que la vaya a pegar” (“a killer app” en el original) pero dicen que va a ofrecer llamadas híperrealistas de Facetime, video inmersivo y prometen que va a mejorar la productividad.
Google también está buscando hacer una especie de competencia al metaverso con su Project Starline (en el que vienen trabajando desde 2021) , una tecnología de “telepresencia hiperrealista” para hacerte sentir que estás sentado delante de una persoan cuando no lo estás.
Y mientras tanto, en el metaverso oficial, empresas como Disney o Microsoft ya están bajándose del barco y cortando sus equipos de desarrollo en ese área porque no les resulta ni un poco rentable.
Entonces sigamos desarrollando esta fantasía capitalista que traemos del punto anterior. Ya hay quienes tuvieron que volver a trabajar físicamente, pero aún hay trabajadorxs que tienen el privilegio de poder imponer algunas condiciones y se quedan en sus casas: para estas personas, la revolución de la tecnología laboral es una pantalla que les bloquea los sentidos para fingir que están dentro de una oficina en la que no están.
Pero todavía queda un interrogante: ¿y si lxs trabajadores encuentran otros usos para esto?
Cuando mirás a la pala, la pala te mira a vos
La IA generativa y su relación con el trabajo es un tema que me obsesiona. Como sabe cualquiera que las haya usado, es completamente factible usarla para reemplazar tareas con mayores o menores grados de complejidad y abstracción. Pero hay un punto que creo que suele quedar corrido de la discusión, y del que ya hablé hace un par de envíos atrás, hablando del uso de ChatGPT y su relación con la escritura:
Hay un interrogante que va a la raíz misma del sistema y que el uso de las IAs habilita a rediscutir de una forma extrema: ¿por qué alguien debería dedicar horas de su vida a hacer tareas de mierda, que te destruyen el espíritu, que son mediocres, monótonas y repetitivas, cuando ya puede hacerlas una máquina? ¿No se suponía que el desarrollo y progreso eran para vivir mejor?
De hecho, la emergencia de la IA generativa volvió a reflotar muy fuerte el debate por el ingreso básico universal, porque hay una pregunta que empieza a parecer dolorosamente obvia: ¿por qué se considera socialmente necesario que alguien entregue horas de su vida, por ejemplo atendiendo un teléfono, sólo para “hacer algo” a cambio de alguna clase de remuneración que le permita mantenerse con vida?
Sé que autocitarme es un poco mersa, pero es un tema que, como dije al inicio del artículo, encierra una idea muy compleja de desarmar. Por suerte siempre está internet (¿ves que no la odio?) y alguien con mucha sensibilidad twitteó algo que resume la idea —e inspiró el título del correo de hoy—.
Te aseguro que no se me escapa la ironía de haber usado Stable Diffusion para casi todas las imágenes de este artículo, y en parte ese es el punto.
Por poner un ejemplo concreto, un dibujante que vive de las comisiones que hace para sus mecenas —el esquema que habilita Patreon, por ejemplo— no está en contra de la IA por una cuestión de competencia o rivalidad artística, sino porque hay personas que dejaría de contratar servicios hechos por un humano para intentar reemplazarlos por algo gratis.
Cuando tanto los artistas como los trabajadores cuyas tareas van siendo reemplazados por la tecnología levantan la voz contra esta situación, la razón de fondo no es una cuestión de copyrights, ego u orgullo, sino que esto atenta directamente contra su mismísima supervivencia en el marco de este sistema.
Tecnologías para el desarrollo
Soy consciente de que este tema es muy complejo para abordar en un newsletter (te juro que me sobran las ganas de escribir un libro sobre esto) y que puede que haya sido un poco caótico.
Pero para intentar redondear un poco la idea, vuelvo a mis años de facultad y recuerdo lo que se conoce como sumak kawsay: esta corriente del indigenismo latinoamericano que, con todas sus complejidades y límites, intenta poner el buen vivir, la calidad de la vida que tenemos, al centro de la política pública y social.
También pienso en cosas como el Índice de la Felicidad de Bután, una metodología para el diseño y ejecución de políticas públicas a partir de cuán feliz es su población.
¿Qué tiene que ver este momento de jipismo geopolítico con la tecnología y el trabajo? Que creo firmemente en la capacidad de la tecnología para usarla POSTA al servicio de nuestra felicidad colectiva y repensar la estructura misma de la sociedad y cómo repartimos las tareas.
Ya es momento de aceptar que pasaron los años y no es el mismo mundo que aquel que no tenía satélites brindando 4G a escala planetaria. Pero para eso, tenemos que poder planificar qué queremos hacer, cómo, cuándo y el resto de las 6 W del periodismo. Muchas preguntas, para las cuales todavía tenemos pocas respuestas.
Palabras como tecnología y desarrollo pueden cobrar otro color u otros sentidos, si las repensamos con una mirada un poco más humana.
Como decía al inicio, repensar tan radicalmente la idea misma del trabajo es una idea bastante polémica y que genera un cierto rechazo inicial. Pero como argumentan en el PNUD en un artículo llamado “La próxima frontera: el desarrollo humano y el antropoceno”, ya no podemos seguir haciendo las cosas como hasta ahora.
El concepto de desarrollo humano también debe cambiar; de hecho, deberá actualizarse constantemente para responder a los desafíos de nuestro tiempo. No se trata de abandonar sus principios básicos, que siguen siendo vitales para los numerosos retos a los que nos enfrentamos en la actualidad, sino más bien de apoyarnos en ellos para que nos ayuden a desenvolvernos en una nueva época geológica turbulenta.
El objetivo del desarrollo humano es más pertinente que nunca: que las personas puedan llevar una vida que valoren. Este objetivo encierra el potencial de hacer frente a la difícil situación que vivimos y que, precisamente por esta forma habitual de actuar y comportarnos, implica que las personas, incluidas las generaciones futuras, nos enfrentaremos a lo largo de nuestra vida a conjuntos de elecciones cada vez más reducidos, no más amplios.
¡Hasta la próxima!
¡Gracias por haber llegado hasta acá! Primero un anuncio parroquial: este newsletter va a cambiar su frecuencia y pasa a ser quincenal, enviándose sábado de por medio.
Al momento soy sólo yo escribiendo y si quiero mantener el nivel de calidad que mal que mal creo haber logrado (bueeeena, calmate Revista Wired) necesito espaciar los posteos. Si recién llegás, tenés el archivo para entretenerte porque muchos de los posteos son atemporales ✨ y también el podcast, del cual pronto habrá novedades —el eterno devenir de las cositas—.
Ahora sí los links de siempre:
Un pequeño chivo: me invitaron a participar del “Conversatorio: Podcasts, videos y redes. Sociología en nuevos formatos” que organiza la carrera de sociología de la Universidad de Flores. La convocatoria es el jueves 8 de 18.30 a 19.30 y si tenés ganas, podés registrarte acá.
Netflix está empezando a incorporar la IA generativa en los animé que produce. Si bien no lo usan para objetos de primer plano, el corto The Dog and the Boy cuenta con imágenes generadas para los backgrounds y esto generó controversia entre el rubro de dibujantes.
Amnistía Internacional, en toda su inocencia, cayó en deep fakes y graficó las protestas en Colombia de 2021 con imágenes generadas con IA, como la que podés ver acá.
Para quienes no sean argentinxs, un “ñoqui” es una forma despectiva de llamar a una persona que sólo cobra por su trabajo, pero en efecto no hace absolutamente nada. Un parásito, dicho en otros términos.
FSOC es la sigla con la que se conoce a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, de donde egresé.
Hola, muchísimas gracias por tu comentario che! La verdad que en este tema seguimos con la mentalidad de hace dos siglos atrás, ojalá entre todxs podamos desarmar la maraña y reclamar el derecho al goce y al tiempo libre en un contexto de una vida digna. Abrazo!
Impecable querido!
Te felicito por todo el laburazo que implica este gran proyecto.
En relación al punto del trabajo a distancia. Toda esta cuestión del retorno me generó tanta bronca que me puse a investigar sobre el tema en profundidad (y lo sigo haciendo) y fundé un movimiento ante mi perplejidad de que casi nadie proteste por esto. Mi incredulidad persiste ante el poco éxito que viene teniendo el mismo. Pero bueno. Somos pocos pero grosos (?¡)
Por último, te comparto un artículo que me sacaron en la revista de Villa del Parque.
https://www.aquivilladelparque.com.ar/2022/10/opinion.html
Abrazo!