Twitter & TikTok: La nueva batalla cultural y digital
Leé hasta el final para ver a los actores de Breaking Bad vendiendo Balenciaga gracias a la IA
Hay un concepto de la sociología, originado por el gran Antonio Gramsci, que desde hace un par de años logró saltar del mundo académico a algo un poco más mainstream: la batalla cultural.
Lo que plantea, en cuentas muy resumidas, es que para que las clases dominantes puedan ejercer el poder, tienen que construir hegemonía a través de la cultura: desde la educación, las artes, los medios de comunicación, y todo aquello que forme parte de la construcción de un discurso (o como también se estila decir, un relato).
Y en este punto, para entender qué es una clase dominante, me gusta también pensar en la definición de dominación según Max Weber, uno de los padres de la sociología: un poder ejercido de forma tan absoluta que el dominado cumple la voluntad del dominante sin que siquiera tenga que pedírselo. Así, esta hegemonía construye el sentido común, haciendo de esto una “estructura estructurante”, como diría Pierre Bourdieu, algo que construye y limita nuestra realidad.
Si todavía no cerraste el newsletter, te prometo que hasta acá llegó la exposición teórica, pero esta pequeña intro con ideas de la sociología de la cultura es necesaria para entender la importancia de lo que está sucediendo en estos días con Twitter y TikTok.
La primera está tambaleándose bajo la hasta-el-momento-bastante-ineficiente gestión de Elon Musk, al punto tal que al colapso interno se le suma por primera vez una amenaza externa, en forma de competidores con alguna chance de atacar al rey y no errar. Y la segunda está bajo amenaza de ser prohibida en Estados Unidos, cosa que ineludiblemente está atada al hecho de que es la primera app mainstream en pegarla en Occidente que no ha sido fabricada por alguna “mente brillante” de Silicon Valley.
Esta batalla cultural, que antes se expresaba en cosas como “qué canales de tele ves”, va tomando formas cada vez más digitales, porque ahora son también terrenos de disputa hasta los propios canales de expresión (me refiero a Twitch, Youtube, TikTok, Instagram y toda la lista de lugares donde alojar y crear contenido).
Entonces, a la vez que tambalea “un foro de la democracia digital” bajo la gestión de un multimillonario excentrico, por primera vez en la historia la app más utilizada por todos los jóvenes de occidente pertenece a la potencia que amenaza con quebrar el relato europeo-estadounidense dominante hace décadas.
¿Qué pasa con TikTok?
La administración de Biden está retomando la senda de lo hecho en la la presidencia de Trump, retomando la amenaza de forzar a la compañía ByteDance, propietaria de la red social, a vender TikTok con la excusa de considerarla “una amenaza a la seguridad nacional”.
Mientras que para quienes usan TikTok se trata de una app sumamente divertida, generadora de cultura y por momentos hasta adictiva, hay más de un ente regulador que considera que puede ser (o ya es) un elemento de propaganda china.
Por poner un ejemplo, hay un país muy chiquito y desconocido llamado India, que ya la prohibió en todo su territorio, privando así a ByteDance de penetrar en un mercado que tiene 1500 millones de personas, y hay países (como Estados Unidos o el Reino Unido) que prohibieron la instalación de TikTok en los teléfonos de personas con cargos políticos o militares.
Cabe mencionar que al menos hay algo de razón para considerar lo que plantean: hay investigaciones que demostraron que se realizó espionaje a través de la app, y que también se torció el algoritmo para mostrar contenido pro-chino.
Hay que decir que la respuesta de TikTok hasta el momento parece ser bastante proactiva. Desde el año pasado, la empresa viene trabajando en el Proyecto Texas, una iniciativa que traería todos los datos de los usuarios estadounidenses a datacenters ubicados dentro de las fronteras del tío Sam, y dándole además acceso al código fuente de la aplicación a la megacorporación Oracle para que un ente “objetivo” pueda auditarlo.
¿Qué pasa con Twitter?
La lista de cambios (para ponerlo de una forma generosa) que vienen ocurriendo en esa red social desde que Elon Musk la compró en octubre de 2022 es cada vez más grande. Bajo la promesa de adquirirla para preservar la integridad de una plataforma democrática, todo lo que viene haciendo hasta ahora está matando lentamente a la plataforma.
El aumento en el contenido antisemita y misógino,
Los escándalos después de la liberación del código del algoritmo,
El agregado del “For You” que tuvo severas vulneraciones de privacidad (compartía contenido a todo el mundo que se suponía que llegaba sólo a un grupo selecto),
Las polémicas respecto de la moderación política de contenido en Rusia, Ucrania, India y hasta con medios de comunicación estadounidenses,
Los intentos entre delirantes y preocupantes para monetizar Twitter con su versión Blue,
La forma en la que trató a su personal, llegando a insultar a desarrolladores en eventos online,
y mucho más. Todo esto está haciendo que empiece a haber un éxodo de usuarios de esta app hacia otras, y a las cuales obviamente que Elon está bloqueando el acceso, intentando sofocar a los potenciales competidores (al momento, con relativo éxito).
En estos días la noticia es que la alternativa que Substack (sí, esta misma aplicación de newsletter) está proponiendo, llamada Notes, llamó lo suficiente la atención (e ira) de Musk para hacer de las suyas negándoles el uso a las APIs, sepultando el alcance en las redes, etc.
La batalla por el alma de la internet colectiva
Para empezar, quiero mencionar que en un nivel personal tanto TikTok como Twitter no podrían importarme menos. Siendo todavía más estricto, esto aplica a todas las redes sociales: no soy un usuario muy activo en ninguna de ellas, no por dármela de superado, sino porque nunca me enganché demasiado como para invertir el tiempo en usarlas.
Sí admito que soy un viejo choto de la generación de los foros, y que el poco uso que le doy a las redes va en esa dirección (como los grupos de Facebook, bien de boomer), pero el punto al que voy es que no tengo ningún interés ni favoritismo por ninguna de estas plataformas.
Pero eso no me hace dejar de interesarme por ellas como fenómeno, como espacio de disputa de capitales simbólicos, sociales y culturales, como plataforma de comunicación, como herramienta para una posible descentralización y democratización.
Por ejemplo, siempre pienso en lo loco que fue para mí la aparición de Snapchat, dado que fue la primera app que yo, nativo digital millenial, ya no entendía por no pertenecer más al estrato más joven del mercado. Recuerdo que mi primer editor se refirió a esto como “el efecto MTV”: no es necesariamente que los contenidos o la calidad de lo que se ve en ese canal haya disminuido, sino que quien los mira ya no pertenece al target al cual el contenido apunta.
Con esta digresión, el punto al que voy es que a veces olvidamos que estas plataformas son y construyen parte de la cultura.
Hay creadores de contenido que hoy en día viven de esto: de entregarle su tiempo a la creación de material audiovisual que, formateado de acuerdo a las normas que estas imponen, tienen el potencial de llegar a ojos/oídos de miles y miles. Como sintetizó un amigo mío en una cena hace unos días: “Todos estamos a una canción de distancia de hacernos millonarios”.
Más allá del ejemplo concreto de pegarla o no pegarla como músico en tanto “una forma de usar las redes sociales”, el hecho es que todas nuestras relaciones con lo digital están ineludiblemente permeadas por la forma que estas redes le habilitan a nuestro contenido.
Pero lo que me parece novedoso ahora es que el conflicto de las redes sociales ya se está dejando de percibir como algo únicamente económico, sino como algo que también es político.
Queda cada vez más claro que no hablamos únicamente de guita o de la posibilidad de hacer distintas clases de giladas para mantenernos aburridamente divertidos o divertidamente aburridos adelante de una pantalla, sino de algo mucho más grande.
Hablamos de la posibilidad de incidir de forma muy directa en la batalla cultural que mencioné al inicio, en la gran discusión sobre cómo luce el mundo de hoy y cómo debe lucir el de mañana. Es la chance de moldear la cultura entera, habilitado por la imposibilidad/incapacidad/falta de voluntad de los Estados de velar por una mínima transparencia y responsabilidad, y amparado en cantidades obscenas de datos sobre los usuarios de estas redes sociales.
¿Por qué un Estado le tiene miedo a TikTok y no a Meta, que siguió operando después de los escándalos que atravesó como si nada hubiera pasado? ¿Será que ahogar al “nuevo gran competidor” les permitiría a las empresas más viejas como Instagram, Youtube o Twitter recuperar parte del mercado que se les está escapando por las rendijas etarias?
Si los Estados deciden eliminar el acceso a ciertas apps por razones de seguridad nacional —desde los ejemplos citados de India o Reino Unido hasta el que mencioné de Italia bloqueando a ChatGPT—, ¿qué impide que lo que hoy se hace con una red se extienda a otras, por ejemplo, en casos de la construcción de culturas y discursos disidentes?
Y en esa misma línea también es muy válido preguntarse, si China es tan cerrada que hasta tiene su propio Internet interno, restringiendo muy fuertemente el acceso entre ese país y el-resto-del-mundo, ¿el resto sí debería abrirle las puertas a TikTok, inclusive cuando jugó bajo las propias reglas del capitalismo y el libre mercado y ganó?
Por lo pronto, creo que todo esto está construyendo una internet más fragmentada y lejos del sueño utópico de sus orígenes.
Estas son discusiones que empiezan a aparecer a medida que el ecosistema digital en su totalidad —la idea misma de internet como un espacio a habitar— se acerca a sus primeros 20 años de existencia y es cada vez más claro el rol que juegan las redes sociales en la construcción de estos discursos y relatos que son parte de ese espacio.
Como contaba en el primer capítulo del podcast, siempre vemos el mundo recortado a partir de un lente, construido de manera social y colectiva. El tema es que a eso le agregamos una pantalla más, que nace a partir del uso de la tecnología.
Por esto es que es interesante asistir de primera mano a esta clase de movimientos estructurales en el ecosistema. No sé qué es lo que va a pasar con todo esto —y sumando a lo que viene pasando con la IA generativa nadie ni siquiera atinar a saberlo—, pero al menos es imposible estar aburrido frente al choque de los gigantes.
¡Hasta la próxima!
Gracias por haber llegado hasta acá. Van un par de links sueltos que capaz te interesan:
Parece que Biden también está empezando a considerar un mínimo marco regulatorio. ¿Llegará a algo? Acá te dejo una nota que amplía el tema.
Un desarrollador tomó las conversaciones de un chat de Whatsapp con amigos e hizo un LLM que habla e interactúa como ellos. Una locura hermosa que podés leer acá.
Hay una tendencia que está tomando al mundo por asalto: hacer simulaciones de series y películas usando IA para hacerlos pasar por modelos de Balenciaga. ¿Por qué? No hay por qué. El resultado es muy bueno en casos como el de Breaking Bad, que te dejo acá.